Hay fronteras que son luz
Por María Valcárcel

Descripción
Como muchas palabras esdrújulas unidas en vertical formando una columna o como una ele del teclado, escrita en minúscula, pero en cuerpo doscientos, por ejemplo. Tan solo una vertical en medio de la hoja en blanco.

El espacio real que ocupa la ele en sí está condenado a desaparecer porque su presencia tiene el peso traslúcido de lo que se expande sin avisar. Si caminas a su lado, probablemente estés ya caminando por su terreno, aunque, también probablemente, a esa conclusión llegues después, o nunca. Hay, en sus movimientos, una sensación de no tener fin, de no acabarse, como si, de pronto, al desplazar de un punto a otro el brazo o la mano o los dedos largos, finos, la trayectoria descrita se pudiera seguir porque el dibujo que traza invita a seguir.

Como un enigma o como una doctrina o como una espesura que, sin embargo, parece diáfana. Si te dispones a resolverla, a abrazarla, a adentrarte en ella, su gentileza serena, de brisa, seguramente te apaciguará. Te conducirá lejos sin tú saberlo. Y eso es algo que averiguarás después, o nunca.

***

Periodista y escritora argentina. Si se te ocurre decir que ella es una referencia internacional indiscutible del periodismo narrativo te dirá que eso tiende peligrosamente al lugar común. Y exagerado. Uno nunca puede ser tan soberbio. Es como una mezcla ¿no? Ser seguro pero también humilde. Ella, su escritura, es algo así como una frontera, como un confín. Acaso, tras una leve oscilación de su cuerpo, delicadamente consciente de ese apartarse para dejar pasar, puedas entrar y aprender. (En los talleres que imparte). Hablo de lugares comunes o frases hechas. La primera consigna que pido siempre viene repleta, cargadísima, de lugares comunes, de cosas como, no sé, la terrible tragedia, las metáforas más obvias del mundo, y eso marca que la gente no se ha puesto a pensar nunca en que eso es un lugar común. Por eso, puede alguien imaginarla, ella se sienta en su silla, disciplinada, a escribir – sí, soy muy organizada – , delante de su ordenador, y las cosas que salen en la pantalla son itinerarios nuevos para los que habría que utilizar otros símbolos. Mirá, lo único que se puede enseñar en un taller es una especie como de hiperconciencia, de por qué se utilizan determinadas palabras o determinas ideas de determinada manera. Como una especie de hiperconciencia del texto, del uso del lenguaje.

Posición
Como si de cualquier parte se tratase. Porque siempre va a haber historias que contar. Creo que es difícil escoger entre la variedad de cosas, de intereses que van cambiando con los años y que se replican y que se duplican. Me pasa más eso, el exceso de cosas para decir que la sequía. Mientras, tratas de alcanzar su horizonte, no por un mero afán imitatorio, sino por ese arrebato, por esa pulsión que te arrastra hasta allí, hasta más allá de allí. Entretanto, hay otras fronteras. Primero: no todas las fronteras son derribables. Pero, si entendemos la frontera como un límite, la primera frontera que uno tiene que derribar como periodista es la del prejuicio propio, que es imposible no tener. Todos vemos la realidad con la cabeza amueblada con determinada información y por más que uno intente no estar formateado, digamos, no hay manera de evitar eso. Pero sí creo que hay que trabajar en contra de ese prejuicio cuando uno es periodista, tratar de limpiar un poco la mirada con la que uno mira la realidad. Uno está habituado a tener una mirada más progresista, y todo lo que vemos del lado “malo” del mundo: la riqueza, el poder, etcétera, lo dejamos como detrás de esa frontera, de ese prejuicio, y creo ese es un desafío grande, mirar ese mundo con la misma falta de prejuicios con la que uno suele mirar ese otro mundo por el que se siente naturalmente mucho más conmovido, mucho más movilizado, que es el mundo de los marginados, de los desposeídos… Y hacia ese mundo uno también puede tener el prejuicio de querer ser como buenista o demasiado políticamente correcto o pensar esta frase tan estigmatizante de “todos los pobres son buenos” o “todos los delincuentes son producto de una conjunción de falta de educación y qué sé yo”, meter a todos ahí como en esa bolsa de la mirada o tener como una mirada de piedad o de medio conmiseración sobre ese mundo. Creo que esa es la gran frontera que tiene que atravesar un periodista.
Y, después, bueno, si te dedicás a la comunicación, creo que la otra frontera es la de la mirada previsible ¿no? Creo que eso es lo que más abunda, casi más que el prejuicio – también es un prejuicio – ir a ver la realidad como ya la mira prácticamente todo el mundo. Replicando miradas al infinito de cosas que ya fueron miradas por miles de personas de la misma manera.

Disposición
Como una mirada atenta. Tan atenta, que, claro, se distingue. La mirada se ejercita, ¿viste?, como los abdominales o los bíceps; tampoco se trata de transformar la mirada distinta en un malabarismo; quiero decir, hay realidades que, evidentemente, tenés que mirar montadas ya sobre miradas previas que han sido muy inteligentes. Pero no hay que mirar al sesgo, voy a ser original. Yo estoy todo el tiempo mirando, hasta cuando no estoy, qué sé yo, en situación de trabajo, podría decir, creo que mi manera de mirar y de cualquier periodista que tenga cierto interés por la realidad es hacer nexos, links, conexiones entre las cosas. Veo una situación en la calle y se me disparan posibles conexiones con otras cosas que he visto en otros lugares, con realidades. Eso hago mucho en las columnas de El País, por ejemplo. Cómo conectar cosas que aparentemente parecen desconectadas; ese es un ejercicio que te ayuda a mantener la mirada despierta. Otra manera de ejercitar la mirada es leer mucho, no sólo, obviamente, literatura, sino leer a colegas que miran de una manera que a mí me resulta interesante. Y la otra es estar todo el tiempo en actividad, en actividad periodística, trabajando siempre, haciendo entrevistas, haciendo reportajes, haciendo crónicas, no sólo viviendo en un mundo así como separado, me parece que el periodista es alguien que tiene que salir a la calle, que tiene que estar viviendo en el mundo.

Brillo
Como si lo supiera sin saberlo, ni decirlo y, mucho menos, presumirlo. Publica en El País, en La Nación, en Gatopardo, El Malpensante, Soho, El Mercurio, Granta y más. Periódicos y revistas que difunden sus textos. La figura que sale de cada crónica, de cada perfil, de cada columna, de cada libro, está hecha de fragmentos extraídos de la realidad, de la historia, de la cultura. A veces el texto se mueve violento, otras sigiloso, otras sutil. A veces se mantiene en reposo, esperándote para preguntarte ¿y tú? ¿Qué? Es muy difícil que vos puedas ser una herramienta rica en recursos si no introducís recursos de ningún tipo. No te alcanza para traspasar esa frontera, para ir más allá de esa frontera.
También edita Un poco como un Zelig ¿viste? Meterte un poco en la lógica narrativa del otro y entender desde ese lugar por qué alguien encontró esa solución y no otra. Lo que trato es como de dejar afuera y de decir, bueno, yo no voy a imponer acá las soluciones que yo le daría a mis textos. Y piensa y habla mucho sobre el periodismo en infinitas conferencias. Creo que me significó pasar a otro lado, a comprender y a obligarme a pensar. Como una responsabilidad de pensar el oficio y la escritura de otra manera. Editar y reflexionar sobre la profesión. Creo que esos fueron, internamente, para mí, momentos de mucho vértigo y como de pasar al otro lado del espejo.

Poesía
Como si, de repente, dijera esto, que dijo: Observar con desámino el zapato desacordonado de alguien que sube una tarde de miércoles de un subte por la escalera mecánica y pensar que la vida es un horror y escribir sobre eso.
Existen, ahora, muchos hilos que tiran de ella. Que reclaman su presencia. Y su palabra. Estiran, agarran, redirigen la ele del teclado, desafían la verticalidad, para transportarla a terreno propio. Si iluminar es excesivo – uno nunca puede ser tan soberbio – probaremos otra cosa: si la tienes a tu costado, o enfrente, o al otro lado del espejo, lo que ocurre contigo es que recibes un trasvase de energía, una especie de convulsión eléctrica directa a ti. Eso es que has pasado una frontera. Y cómo entonces, sino así, se hace la luz.

MUNDOS, AL FIN

Omo escribir a partir de un eje.
Casa, hueso, río, animal. Es un poco así.
Mirá, el lugar de la escritura es el lugar de la libertad. Lo que pasa es que un periodista tiene un límite claro porque tiene que trabajar con el material que ha recogido, digamos, y con su imaginación, por supuesto, a la hora de armar ese material, de darle una forma, de buscar recursos. No para inventar. Entonces esto de una casa donde hay cobijo y a la vez una libertad creo que también es la forma en la que yo me encaro, me meto en los textos. O sea, por un lado, la libertad salvaje de saber que la forma de ese texto, la manera en que yo logre transmitir eso, el hecho de que a alguien le termine importando, impactando, emocionando, repeliendo o no, va a depender de cómo yo logre armar ese puzzle y transmitir lo que yo creo que ese pequeño mundo que he visto contiene ¿no? Como todos los patrones, los ejes. Y, por el otro lado, tengo muy claro que para que eso resulte bien tiene que estar muy apegado a un eje claro, vos entrás en los textos sin saber de qué van, no tenés idea cuando arrancás, en una novela quizás lees la contratapa y te dice: esto va de tal cosa; en un libro de periodismo, más o menos también, pero cuando encontrás un artículo en una revista tenés una entrada que te dice algo pero no es que está todo explicitado, desde el principio, digamos, no te dice: esto es una tragedia, esto es una historia de amor… entonces eso tiene que salir del propio texto y si vos no tenés ese eje, ese hueso sobre el cual, de alguna forma, adherir toda la carne que tenés, va a quedar una cosa muy amorfa. Entonces para mí es muy importante entender qué es lo que quiero decir, o sea, no olvidarme nunca de cuál es el centro, el eje de esa historia, para que la historia no se desmadre. Puede tener quinientos afluentes, siempre y cuando yo tenga… es como llevar una carroza tirada por, qué sé yo, sesenta caballos, hay uno que comanda y todos esos cincuenta y nueve están tras ese y, a su vez, vos estás tomando las riendas de todos esos caballos. Es un poco así, digamos, hay un eje central y después un montón de afluentes, pero todos colaboran para que eso que estás contando vaya adelante. Es un poco así, una casa con cobijo, con orden, pero también está esa potencia animal de la prosa, de la forma, que no debe pasar desapercibida ¿no?
COmo editar. El texto es el del otro.
Respeto, colaboración, mano segura, certera, invisible.
A mí me gusta mucho la edición, por suerte me ha tocado siempre trabajar con muy buenos autores y la mayor parte de las veces los puedo elegir, así que es como un mundo casi ideal, digamos, y sólo edito no ficción. Lo primero que se me ocurre decirte es que me enfrento con respeto sabiendo que el otro me entrega un trabajo que, si me lo ha entregado, es porque considera que eso está bien y eso es lo mejor que ha podido dar porque si no, no lo entregaría. Después hago una primera lectura completa del texto salvo en el caso de los libros, cuando tengo que editar libros voy tomando notas, prefiero editar siempre en papel pero no siempre eso es posible, entonces utilizo muchísimo la herramienta de comentarios del word, y te diría que hago desde comentarios muy pequeños – creo que correría esta coma – hasta sugerencias de estructura en general, qué sé yo, personajes que no están bien presentados, escenas que me parece que podrían aprovecharse mejor… y después de todo eso, en el comentario del texto en sí, lo que hago es armar una carta, un documento, con una primera devolución, digamos, puntuando un poco las cosas generales que el autor después va a encontrar más desmenuzadas en el documento.
Eso es lo que hago básicamente, pero lo que a mí me interesa es que no se transforme en una competencia de “a ver quién tiene razón”, yo no me planto en el lugar de “yo tengo razón porque soy no se qué, no se cuánto”, es como una colaboración ¿entendés? Es como una colaboración, tiene que ser un trabajo de a dos, en equipo, y si las cosas salen bien tu mano no se tiene que ver, o sea, yo no quiero que todo el mundo escriba igual, no quiero que, no sé, Rafael Gumucio suene igual que Alan Pauls, que Martín Kohan, cada uno tiene su voz, su lógica narrativa.
Sí puedo darme cuenta de que acá, en este tramo del texto, la conexión entre este bloque y este bloque está rara, es un salto muy abrupto, creo que se podría suavizar más, siento que durante veinticinco páginas desapareció tal persona y de pronto aparece de la nada, o que tal escena no se ha cancelado y que, de pronto cambió de día y cambió de lugar y cambió de todo… son miles de cuestiones ¿no? Pero, como te digo, siempre entendiendo que el texto es el texto del otro. Siempre te puede decir, no, yo no cambio nada y vos decirle, bueno, yo no te publico porque no creo que esté a la altura. Eso es un derecho que cada uno tiene.

Periodismo narrativo. Como piezas artísticas.
Pacto de lectura, voz propia, sumergirse, transformarse. Pequeños, pero mundos.
Creo que no todo periodismo es arte, como decía Tomás Eloy Martínez, pero creo que cuando el periodismo escrito alcanza unas cotas narrativas altas y se juntan un gran tema con un gran autor y un estilo, digamos, muy personal, una voz muy propia, me parece que no tiene ninguna diferencia con el texto de ficción, como Hiroshima de John Hersey o A sangre fría, de Truman Capote, como El año del pensamiento mágico de Joan Didion, como El Ladrón de orquídeas de Susan Orleans… Yo no hago ninguna diferencia entre esos libros y Día de la independencia de Richard Ford o grandes libros que me encantan, la única diferencia es el pacto de lectura, sé que lo que me están contando es real y los otros sé que lo que me están contando se lo imaginaron, en parte, siempre la ficción está basada en cosas… entonces por eso, me parece que son piezas artísticas, en ese sentido.
La operación que uno hace como lector es: te separa del mundo, te sumerge en un mundo que no conocías, entrás en una realidad diferente, son impredecibles, están muy bien escritos, salís distinto que como entraste, entonces, para mí, por eso es arte. No todo periodismo es arte ¿eh? pero hay algunas piezas, así como no toda obra de literatura de ficción es arte, hay cosas que son.
El periodismo narrativo no es un universo de enorme cantidad de lectores, que nunca lo fue, y no hay que pedirle eso, cuánta gente conocés que lea a Kurt Vonnegut o al mismo Richard Ford o a Flaubert o Juan Rulfo, hay autores, que sé yo, que son de muchísima calidad y son más populares, o lo fueron, no sé, Julio Cortázar, por ejemplo, es un autor de una calidad increíble, pero hay pocos fenómenos así, me parece que, en general, hay mucho lector de periodismo narrativo que es periodista y que lee esas cosas y está bien eso porque también las escribe, pero me parece que son géneros no masivos, como la literatura de mucha calidad, digamos, o como la poesía… Sí, me parece que es eso, que está en la naturaleza misma del género no ser un género masivo, lo que no me parece ni malo ni bueno, es así, digamos, no todo el mundo hace bungee jumping o skate o esquí extremo y, sin embargo, los que lo hacen, lo hacen muy bien y hay gente que va y lo consume y muchos de los que van y ven eso son esquiadores y muchos otros son espectadores que se maravillan con esa cosa y con esto creo que pasa lo mismo, son como mundos pequeños, pero mundos al fin.

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