El bebedero y su fauna
Por James Fisher

Tuve que frotarme los ojos repetidas veces, por momentos, aquella chica esbelta y llamativa, sin artificios, se me aparecía como un grácil cervatillo en el centro de la ciudad. Acaparaba de manera natural la atención de congéneres y depredadores por igual, con su extraordinario pelaje y sus elegantes movimientos. Ocurrió un día cualquiera en Ourense hace ya una década y desde entonces me fascinan los destellos animalísticos que percibo sin esfuerzo en los de mi especie.
Por todo esto, para mí, una cafetería o un bar es un lugar a donde la fauna acude a saciar su sed, en el más amplio sentido de la palabra; ese río o ese lago, que acaba siendo el bebedero común de un amplio abanico de criaturas. La variedad de especies es enorme y en una visión quijotesca admiro bestias variopintas que se reúnen en pequeñas manadas o solas.
No voy a ser yo el que diga cuál creo que es mi correspondencia en el reino animal, pero no hay duda de que el disfrute de la observación en silencio formaría parte de mi comportamiento más característico. Fruto de ello, a lo largo de estos años, he acumulado tanta experiencia que podría escribir un amplio glosario de especies.
Dejadme empezar por las que mantienen el orden y la limpieza del bebedero: las hormigas, nunca quietas y siempre transportando algo en sus recorridos, las codiciadas tapas se pasean en sus patitas de aquí para allá.
Entre los mamíferos destacan los búfalos, bruscos y grandotes, quieren llenar el espacio con su presencia y debemos tener cuidado también con los carneros: esa gente beligerante que siente la necesidad de poner a prueba su fuerza contra los otros animales, empujando una y otra vez. Apoyado en la barra se pueden escuchar claramente a los jabalíes engullendo mientras pastan tranquilamente las ovejas, con su tendencia de copiar el pedido del de al lado. No nos olvidemos de las estruendosas hienas todo el rato soltando risitas y risotadas para asegurarse de que el resto sabe que se lo están pasando bien.
Hay también muchos animales voladores: los búhos que cazan la prensa fresca con sus ojos pequeñitos y brillantes o los pavos reales que sienten un ansia de que los demás admiren sus colas ostentosas. Aletean las mariposas, esas criaturas tan sociables que buscan polinizar cada mesa del bar con sus saludos a la vez que zumban los mosquitos, esa gente irritante a la que le encanta el sonido de su propia voz y chupar la sangre del silencio en el ambiente.
A veces, si tienes suerte, verás tortugas peregrinas, cadenciosas, con sus caparazones pesados y un aire de desconocimiento y curiosidad por su nuevo entorno. O te sobresaltarás al notar que algo te roza, es un gato egipcio, adoran frotarse para robar de manera sibilina tu calor corporal.
Todo esto es sólo mi interpretación, sin duda inspirada por el hecho de haber estudiado Bichos de Miguel Torga en mi época universitaria, haber leído a Durrell y sus peripecias en Corfú o las didácticas y provechosas fábulas de Esopo.
Me declaro culpable de no oponer resistencia alguna a caer en este estado lisérgico que me permite disfrutar esta realidad salvaje en plena ciudad. Quizás, si fuera más hábil con el pincel, o dejémoslo en simplemente apto, podría pintar este universo en un estilo parecido al que lo hizo C.M Coolidge hace más de un siglo con sus cuadros kitsch de los perros en el bar; o mejor aún, hacer un documental “a lo Attenborough” con su famosa voz analizando la escena, aunque creo que voy a dejarlo aquí, ya patino un poco con tanto zoomorfismo y empieza a apetecerme acercarme al bebedero.

Share This